domingo, 29 de junio de 2008

El roce



El compraba siempre en el mismo súper. En general la rutina era similar: lácteos, frutas, un vino, algo de carne, y por último el pan. En cada lugar era atendido por un empleado al que generalmente no le prestaba mayor atención, porque el mercado es grande y rotan bastante. Pero esta mañana, cuando le entregaron el pan con aceitunas que le había interesado probar, un ligero roce con la mano de la anónima persona que lo atendía, le hizo levantar su mirada de la bolsa: una sonrisa le estaba devolviendo sus mecánicas “gracias” con un “de nada” que lo hizo volver a la tierra, o subir a las nubes, según donde cada uno crea que vivimos. Se quedó parado mirándola un poco más, recordando el tibio dedo que tímidamente había rozado el suyo, sin saber muy bien qué hacer. Ella seguía sonriendo, al advertir que la gente que estaba detrás de él se estaba impacientando porque no se iba, ni pedía más nada.
Entonces, él decidió comprar un poco más. Y así, panes comunes, con cebolla, con pasas de uva, baguettes, tortitas negras y galletas de todo tipo abarrotaron su carro, tapando el resto de las escasas provisiones de un hombre que vive solo. Y la sonrisa de ella se transformó en sorpresa, y las miradas se detuvieron, y después aparecieron las carcajadas de quienes saben lo que está sucediendo.No escuchó al cajero cuando le preguntó si iba a recibir visitas. Es que él seguía detenido en la panadería, en ese dedo tibio que lo rozó, llegando su tacto adonde ni la vista, ni el oído ni el olfato consiguieron llegar antes.

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