viernes, 30 de mayo de 2008

Una noche más (II)



Capítulo III: Los cadáveres hablan
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Mientras se subía con prisa al auto, rogaba que la batería no le diera problemas…y claro que se los dio. Eso, o el frío de la noche, o los veinte años del Chevrolet, el asunto es que se fueron otros diez minutos hasta que consiguió ponerlo en marcha. Todavía no había salido y ya estaba llegando tarde. Encima comenzó a llover.

Por suerte el invierno desmentía que fuera sábado, y las calles estaban desiertas, más aún en la oscuridad de Barracas…No conocía bien el barrio. Se confundió con la vía del tren y no acertaba la encrucijada. Hasta que vio la calle California (qué casualidad, otra vez cerca de Marlowe…)

Pero en la esquina de la cita, el cuadro era otro: un par de patrulleros con las luces largas apuntando hacia algo. Se acercó un poco más. Como petrificados, tres policías mirando el cadáver de una mujer. Maldijo en silencio al viejo Chevrolet.Se acercó, y su cuñado lo reconoció bajo el ala del sombrero:

-¿Qué hacés acá?

- Nada, trabajo…

Quién es ella?

-No sabemos todavía, estamos esperando al forense…

- ¿A qué médico le tocó el caso?

- a García. ¿Lo conocés?-

No-¿Conocés a algún médico forense?

- No

- ¿Y entonces por qué preguntás?

- Olvidalo. Puedo darle un vistazo al cuerpo?

- OK, pero no lo toques. Los cadáveres hablan. Eso dicen los forenses.

Comenzó a llover más intensamente, y apuró la inspección. Era una mujer rubia, de unos treinta años, y la muerte la tomó por sorpresa. Bah, eso le pareció indicar su bello rostro y el diminuto agujero rojo en el pecho. Aunque la muerte seguro que siempre nos toma de sorpresa, divagó…

Se preguntó qué estaba haciendo allí, maldijo una vez más su suerte y se fue del lugar.

Volvió a la oficina del Pasaje Rivarola. Decepcionado, colgó el piloto mojado y se sirvió un whisky.

Miró a la Rémington y la nota en blanco. Se refregó las manos para calentarlas, y comenzó a teclear: “Señor Jefe de Personal…”

Sonó el teléfono. Aún no había amanecido. Y ahora quién…?

- Hable…- ¿Por qué no llegaste a tiempo?

Se quedó estupefacto. Un cansancio repentino lo hundió en su destartalada silla giratoria de estilo inglés.

Era ella de nuevo…

Continuará...

2 comentarios:

maqui dijo...

Ojala pudiera manejar el sol ! lo dejaría todo el día... la noche me pone asi como... muy oscura...
Me encanta esta historia, seguí :)

Marcelo dijo...

Cumplido...